Secretarias llorando en el baño. Reuniones que parecen partidos de futbol. Empleados que contestan con demasiado ímpetu. Clientes quejándose en el mostrador de ventas. Propuestas de cambio que son rechazadas constantemente por los empleados. Estas son viñetas que, aunque comunes a todo tipo de empresa, suelen ser más habituales en las Pymes y empresas familiares – dónde los egos tienen menos espacio y chocan con mayor frecuencia. ¿Por qué? Quizás a su liderazgo le está faltando un condimento importante: Inteligencia Emocional.
La inteligencia emocional es la habilidad de reconocer los propios sentimientos y los de los demás y utilizar luego esta información para guiar nuestro pensamiento y nuestras acciones. Utilizar o desarrollar nuestra inteligencia emocional puede marcar la diferencia entre un buen o mal liderazgo, el desempeño de nuestros empleados e incluso la relación con nuestros clientes y nuestra capacidad de venta. Nos ayuda a controlar nuestras propias emociones, a la par que nos permite reaccionar y responder apropiadamente a las emociones de los demás. Es la base que nos permitirá construir relaciones sólidas con empleados y clientes, entendiendo sus motivaciones.
Estos son algunas situaciones en las que el uso de nuestra inteligencia emocional resulta clave para el buen funcionamiento del negocio:
Nos despedimos de noviembre y con ello se inicia la temporada oficial del “Estoy quemado”. Algo que alcanza desde el primer empleado hasta el dueño.
No podemos, ante un empleado disconforme, hacer de cuenta que no pasa nada o, peor aún, llamarle la atención por su insatisfacción. Es importante que los empleados se sientan libres de decir lo que piensan, de expresar sus opiniones y transmitir sus emociones en forma respetuosa. Un líder que utiliza su Inteligencia Emocional no se enoja cuando las opiniones de los demás no son iguales que las suyas, sino que espera la diferencia y la celebra.
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